domingo, 8 de julio de 2012
domingo, 22 de abril de 2012
Este cuento lo encontré mientras buscaba una imagen para el día de hoy.
A la entrada del mercado se reunían toda clase de mendigos. Me llamó especialmente la atención una anciana llena de andrajos que parecía la más pobre de todos.
- Por favor -gemía-, llevo tres días sin comer.
Rebusqué en mis bolsillos y le di dos monedas. Esperé escondida en una esquina hasta que se levantó, con el propósito de seguirla y ver en qué invertía la parca limosna.
Despacio y cansina, la anciana avanzó lentamente entre la multitud que abarrotaba el mercado. Durante unos momentos la perdí de vista, y cuando volví a verla, caminaba ya mucho más alegre, apretando con cuidado un bulto que guardaba bajo sus ropas viejas y desgastadas.
Tomó un callejón lateral que salía del mercado y desembocaba en una especie de plaza calurosa y polvorienta. Allí, sentada a la sombra del único árbol que daba sombra, la mujer levantó la túnica y sacó un mendrugo de pan y una magnífica rosa roja. Hizo una mueca que debía ser una sonrisa, al tiempo que comenzó a ablandar el pan con sus encías desdentadas.
La contemplé mientras deshizo el mendrugo lentamente y, poco a poco, se fue comiendo hasta la última migaja mientras observaba la rosa con ojos brillantes. Después, una expresión de paz se reflejó en su rostro.
No pude evitar acercarme a ella y le pregunté:
- Anciana, ¿cómo es posible que alguien tan pobre como tú haya derrochado una de las dos monedas que le di en una rosa?
La anciana me miró desde sus cien años de sabiduría y dijo:
- Tenía dos monedas. Con una compré con qué vivir. La otra la gasté para tener por qué vivir…
Hoy muchas de esas rosas darán motivos por los que vivir a muchas personas, les demostraran que alguien las quiere y piensa en ellas.
No hace falta tener grandes motivos para seguir en la brecha, hay que tener el motivo necesario para lograrlo.
viernes, 17 de febrero de 2012
domingo, 1 de enero de 2012
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